jueves, 18 de mayo de 2017

Ese Cansancio

Llegué a casa. Tenía un par de horas de puente y me podía dar ese lujo, y con el día que había tenido hasta ese momento en parte sentí que me lo merecía. Un café reanimante, un apagar la cabeza un rato, una breve recarga de baterías (metafórica para mí, real para mis dispositivos) para darle el último tirón al día. Volví a mirar el reloj, faltaban treinta minutos. Vivo en Melo, una ciudad chica, así que hice la cuenta con una agilidad mental sorprendente para mi estado de semi sopor del momento: diez minutos para juntar mis cosas, diez y algo para llegar a la UTU... y diez para mi. La tentación fue muy grande, en menos de un minuto yo yacía inconsciente en el sillón de la sala, confiado en el llamado de un temporizador para despertarme. ¿Qué podría salir mal...?

jueves, 21 de julio de 2016

Una de adultos y de desoldadores

Desoldador. De-Sol-Da-Dor. No, no me olvidé del espacio, se llama así.Y es el aparato que se observa en la foto. Esta herramienta cumple la nada envidiable tarea de succionar el estaño fundido y candente (estaño es el metal que se utiliza para soldar los componentes electrónicos a las plaquetas de circuitos) para que uno pueda separar el componente de la placa y reemplazarlo. Yo lo conocí cuando fuí aprendiz de radio-técnico, con unos 20 años, en una tarde de invierno del 2003.


Cada tanto me acuerdo de esa aventura de pocas semanas que viví hace ya 13 años (como pasa el tiempo, por Dios). En ese entonces yo todavía ni soñaba que 10 años después estaría eligiendo horas en la UTU, en ese momento mi interés era simplemente hacerme de los medios para conseguir un empleo en un Uruguay que seguía cargando con el fardo de una crisis económica que apenas comenzaba a levantarse.
Por esos tiempos yo todavía vislumbraba alguna forma de futuro en la electrónica, al menos como técnico, y estaba haciendo un curso por correspondencia (que nunca terminé, pero cuyos fascículos aún conservo con cierto cariño). Para profundizar en el tema me encaminé al local de un radio-técnico muy conocido, cuyo nombre no revelaré ya que no viene al caso vulnerar su intimidad, y al mejor estilo de aprendizaje técnico medieval, me ofrecí como aprendiz. Los técnicos me miraron con desconfianza (ya habían tenido experiencias similares con muy malos resultados antes), pero supongo que mi porte ingenuo los convenció, porque me aceptaron con la condición de que no me unía ningún vínculo laboral con ellos, yo estaba ahí para aprender los gajes del oficio y ese era mi pago.
Debo admitir que aprendí poco de electrónica con ellos, pero adquirí algo más valioso: perspectiva de la realidad, sumamente necesaria para mi vida, como muy pronto comprendería.
Yo todavía cargaba con algunos ideales muy coloridos acerca de la vida adulta, algo sacudidos por el hecho de que tras abandonar la facultad por problemas económicos tuve que ponerme a vender tabloides casa por casa para colaborar con el guiso, pero aún coloridos, y, en fin, infantiles. Se podría redondear la idea diciendo que yo aún no estaba bien enterado que la mayor parte de la gente no se manejaba con mis mismos códigos y normas, las cuales consideraba poco menos que universales hasta ese entonces, y una mirada a lo que implica la llamada "vida adulta", con sus extrañas exigencias y dobles estándares.
Ahí estaba yo, pues, y cada tarde (de mañana vendía los ya mencionados tabloides) yo me dedicaba a las tareas de todo aprendiz: barrer, ordenar y limpiar carcasas de algunos trabajos del taller. Entre esas tareas yo charlaba con estos hombres, e intentaba ocultar mi asombro o mi incredulidad ante lo que veía suceder. Sobre el taller había al menos una habitación, lo sabía por unas escaleras rodeadas de televisores viejos. Supuse que sería otro depósito de vejestorios electrónicos que conservaban para canibalizar componentes, pero tampoco lo pregunté abiertamente. Estos tipos no eran precisamente abiertos a compartir sobre su vida personal, yo tampoco era la persona más conversadora que existía y me interesaba más el poder aprender todo lo que pudiera sobre el oficio, así que me quedé con mi suposición y no hice preguntas. Tampoco hizo falta.
Una de esas tardes apareció una muchacha joven, quizás un par de años mayor que yo, muy conversadora y de origen humilde, que parecía ser muy cercana a todos allí. Supuse que sería una clienta habitual o una vecina. En un momento, ella y uno de los técnicos subieron por las escaleras a la habitación de arriba. Todo se dió con tal naturalidad que yo no comprendí de inmediato que sucedía, hasta que otro de los técnicos me llevó aparte y me advirtió que nunca comentara sobre la existencia de esa muchacha o su relación con el otro. Ahí me cayó la ficha: la muchacha era amante del tipo este, pero el tema no terminaba ahí. Este hombre (el que me llevó aparte) comentó algo que se me grabó en la memoria y me sacudió el mundo: "Que jodida que está la cosa, che. Antes las minas c####n por plata, ahora basta con darles algo para comer".
Nunca lo va a saber, pero ese comentario fue mi verdadera introducción al mundo de los "adultos". Ese mundo donde los ideales y la ética parecen perder sentido ante el peso de la satisfacción personal, o algo que se le parece, al menos. Un complemento de este duro aprendizaje vendría después, durante otra jornada de trabajo.
Recuerdo que una vez les sugerí, ante un dilema de recambio de un componente, que quizás se podría encontrar la información en Internet. No se rieron en mi cara porque para ese entonces yo empezaba a ganarme su respeto a base de persistencia, pero supe por su reacción que cualquier sugerencia mía entraba en la categoría de lo risible. No me ofendí demasiado. No duré mucho ahí
Pocas semanas después conseguí trabajo en un cyber café, y para fin de ese año pude conseguir un empleo aún mejor, el cual me pondría en camino a mi actual ocupación como docente técnico. Pero aún recuerdo la experiencia con un esbozo de sonrisa. El taller ya no existe más, y perdí hace mucho tiempo el rastro de sus integrantes. Pero recuerdo muy bien esa tarde en que me enseñaron la primera lección acerca de la naturaleza de nuestra sociedad "adulta". Y además aprendí cómo usar un desoldador.


jueves, 2 de junio de 2016

Un golpe sincero

Hace tiempo, cuando empezaba mi adolescencia, yo llegué a una conclusión muy personal. Tan personal era esa conclusión, tan profundo fue mi convencimiento acerca de lo acertada que resultaba, que asumí que sin lugar a dudas, esa era La Verdad.
Así, en mayúsculas, La Verdad. La Verdad que engloba a toda otra verdad, La Verdad que permite estar de pie ante la duda y enfrentarla, La Verdad que debería ser suficiente para todos, y ante la que todos deberían postrarse. Así viví muchos años.
En mi mente y en mi corazón me convencí de que estaba en lo correcto, que el camino que yo seguía, o decía seguir, era el único posible si se deseaba mejorar el mundo. Descartaba toda otra posibilidad, y no lo hacía con maldad hacia nadie. Yo honestamente deseaba que todos pudiéramos encontrar paz de esa manera, encontrando ese convencimiento que yo encontré, conociendo esa Verdad y escalando a lo que yo creía, era un nuevo nivel de humanidad.
La realidad no era tan sencilla.
Me reuní con gente que compartía el mismo ideal, que abrazaba la misma Verdad. Estudiamos juntos, meditamos mucho, hicimos eventos, hablamos a la gente, incluso aparecí en la televisión. Y no pasó mucho tiempo hasta que comencé a ver que en realidad, mis ideales y mi Verdad no eran exactamente iguales a los de mis compañeros. A lo lejos, si, se veían muy similares, pero cuando los observaba en detalle surgían las diferencias. A veces apenas tonalidades, otras veces rudos contrastes. Pero la prueba estaba ahí: lo que yo concebía como Verdad no era universal. Yo estaba forzando en los demás mi propia percepción de la realidad y de cómo yo quería que fuera.
Pasado el tiempo he conocido a otras personas, algunas con ideas absolutamente diferentes que las mías, y he visto con sorpresa cómo al observarlo en detalle, surgen puntos en común, tonalidades semejantes, coherencias inesperadas, aún cuando el conjunto sea diametralmente opuesto.
Esa conclusión me golpea duro cuando observo actos de intolerancia, en especial cuando los juzgo, ¿no estaba yo del otro lado antes? ¿no fui yo el intolerante, el que quería establecer su propia visión en la mente de los demás? ¿no lo hacía de forma sincera, acaso?
Yo no deseaba causar daños a nadie, mis objetivo era ayudar a mejorar el mundo en el que vivía, y lo hacía de la forma que conocía. Pero no me cabe ninguna duda de que yo, en ese intento y en mi ingenuidad, ofendí, lastimé y violenté a otras personas. Fui intolerante y fui cerrado de mente y no es algo que es fácil de admitir. Porque pienso en el daño que causé, pienso en las personas a las que lastimé con una cara sonriente y la conciencia tranquila. Yo pensaba que demostraba amor, y en realidad demostraba otra cosa.
Digo "fuí", pero no estoy tan seguro. El mundo que habitamos no es tan sencillo como para modelarlo con solo una idea, como para abarcarlo con solo una verdad salida de una mente humana, pero sigo intentando hacerlo. Deseo, como todo ser humano, que mis ideas sean reconocidas, y para ello las confronto con otras, igualmente válidas, pero muchas veces incompatibles con las mías, y es inevitable la confrontación. Y no puedo evitar pensar que yo sigo teniendo razón, que mi verdad sigue siendo La Verdad, cuando solamente es una interpretación parcial que se modificará con e tiempo y las circunstancias. Porque es difícil no creer en una idea, o un conjunto de ideas, y ser sincero en esa actitud, sin suponerlas superiores, mejores, más adecuadas.
Es muy fácil decir que uno es tolerante y de mente abierta, es difícil, o acaso imposible, serlo de verdad. Porque eso implica admitir que uno esta, en cierto modo, equivocado todo el tiempo, y que mi visión de la realidad es tan solo un reflejo momentáneo en una pequeña faceta de ella, y que no puedo llegar a abarcarla o a comprenderla en su totalidad.
Sigo convencido de aquella verdad que conocí cuando comenzaba mi adolescencia, solo que ahora entiendo que solo es la forma en que yo comprendí un aspecto de la realidad, pero la duda vuelve a torturarme a veces recordándome que yo, con amabilidad y sinceridad, usé mis ideas en perjuicio de otros y que acaso la herida persista.


jueves, 5 de mayo de 2016

Isekai no Seikishi Monogatari: dale alegría al quinceañero que llevás dentro

Acabo de terminar de ver esta serie de OVAs del 2009, y la verdad es que es divertido de ver. Es un digno sucesor de la serie padre Tenchi Muyo (dentro de la continuidad establecida por los OVAs Tenchi Muyo! Ryo-Ohki) con todos los elementos que caracterizan a una serie de la franquicia: comedia, un personaje masculino rodeado de chicas hermosas, un aire romántico/erótico, acción, mechas, naves espaciales y ciencia-ficción mezclada con fantasía.


La serie sigue las aventuras de Masaki Kenshi, un muchacho de 15 años que cae en medio de un conflicto de intereses en un mundo llamado Geminar. En este mundo la fuerza militar la determina el uso de mechas semi-orgánicos llamados Seikishi, cuyos pilotos (en su mayoría mujeres, con unos pocos y muy apreciados hombres) constituyen una especie de casta noble. En este mundo acaba de morir el rey de Shtrayu, y su hija Lashara, de 12 años, tiene muchos enemigos que no desean que efectivice su reinado. La presencia inesperada de Kenshi y sus particulares habilidades serán determinantes en la guerra que está a punto de estallar.


No, no es una serie para el público filosófico. No ofrece ningún desafío para el intelecto y tampoco lo intenta, uno intuye el final desde el primer episodio (es más, uno se da cuenta del rol de cada personaje en el momento en que lo presentan). No hay mayores explicaciones acerca de lo que está pasando, simplemente uno acepta que es así. Incluso hay giros argumentales que, si resultan inesperados, es porque no tienen demasiada lógica y uno queda parpadeando y preguntándose en qué pensaba el guionista. Pero eventualmente uno se acostumbra, y para el 2° capítulo a uno ya no le importa, porque no es uno quien lo mira, es el quinceañero que tiene dentro: mechas, naves que son mas bien islas flotantes (a la Laputa), chicas bien dotadas en paños menores o en trajes apretados, luchas entre mechas y naves y espadas y rayos y centellas. Cuando termines la serie tu quinceañero interior estará tan vivificado que te vas a preguntar si te levantas temprano para ir a trabajar o para ir al liceo.


Y lo digo a pesar de que para la fecha de su emisión, y teniendo en cuenta que se distribuyó como OVA, no estamos ante el animé mas picante de su momento ni mucho menos. Si, hay un fan-service casi constante que permea todos los capítulos, y sí hay alguna que otra escena un tanto subidita de tono, pero no son nada en comparación con lo que han mostrado otras series contemporáneas de esta.
La animación es buena pero no es de las mejores. Un diseño de personajes agradable pero no sublime. Diseños mecánicos buenos, pero no demasiado innovadores. La música es adecuada pero no deslumbra. Las escenas de acción son divertidas y bien pensadas pero no son impactantes.En definitiva se puede decir que es un animé que promedia en todo y no tiene más propósito que el divertirnos un rato, un propósito que cumple, suponiendo que no nos hayamos levantado demasiado exigentes.


No es un animé inmirable, para nada, es divertido de ver y tiene momentos que son verdaderamente disfrutables (algunas secuencias de artes marciales son muy bien logradas). No aporta nada nuevo, pero tampoco se lo proponía al inicio de todo, así que no miente. Consigue incluso, dejarle a uno la espina acerca de qué sucede luego, espina que acaso se retire este año con la aparición de una nueva serie de OVAs dentro de la misma continuidad a mediados de este año.

martes, 5 de abril de 2016

Enojo

Me enojo. Me enojo un montón.
Me enojo cuando mi estupidez me limita.
Me enojo cuando mi prejuicio me impide ver.
Me enojo cuando no puedo comprender.
Me enojo cuando me impiden hacer lo que considero justo y correcto.
Me enojo cuando intentan hacerme participe de lo que a mi entender es inmoral.
Me enojo cuando puedo hacer 100, pero hago 45.
Me enojo cuando acepto el fracaso como un resultado final posible.
Me enojo cuando fracaso y no tengo la voluntad para cambiar mi forma de enfrentar el problema.
Me enojo cuando me aferro a mi ignorancia como si fuera cultura.
Me enojo cuando no cuestiono y me enojo si me cuestionan.
Me enojo cuando me decepciono y cuando decepciono a alguien.
Me enojo cuando me vuelvo egoísta.
Me enojo porque no entiendo, me enojo porque no quiero entender y me enojo porque a veces no puedo entender.
Me enojo porque no he logrado lo que me he propuesto y hay días que parece que no lo voy a lograr.
Me enojo conmigo mismo y me enojo con el mundo.
Me enojo con los males del mundo, que también viven en mi.
Me enojo todo el tiempo, y eso me enoja.
Y cuando uno esta enojado tanto tiempo se vuelve triste.
Ya no quiero seguir triste, ya no quiero enojarme tanto.
He probado dejar de sentir, ser insensible y no me sale.
He probado anestesiarme, saturarme de otras sensaciones y dura muy poco.
He probado actuar como adulto, y me resulta muy falso.
He querido dejar de ser yo mismo, pero no hay nadie más quien pueda ser.
He procurado entenderlo todo, pero hay cosas que se me escapan.
Y estoy cansado.

martes, 8 de marzo de 2016

De Nacimiento

Nací de sexo masculino. No tuve injerencia en ese hecho. Ya en la infancia, sin embargo, las diferencias claras entre el trato que se da a niños y niñas me quedó claro: las niñas deben jugar a la casa, a las muñecas, los niños debíamos jugar al fútbol, a "los bandidos". Ahora bien, como seguramente sucede en muchos casos, mi vida tiene sus particularidades que me permitieron ver que lo que se establece por norma en la sociedad no es precisamente cierto para todos. Viviendo junto a mis abuelos, pude verlos trabajar a la par en sus profesiones, y mi abuela, siendo costurera, me enseñó a tejer y a usar la máquina de coser, a cambiar botones, a bordar. A mi me atraían esas habilidades, tradicionalmente femeninas, porque permitían crear. También observé cómo mi madre llevó en su vientre a mis hermanos, como ella transformaba ingredientes en el almuerzo de cada día, cómo devolvía a la ropa sucia la pulcritud, como su presencia hacía más llevadero el dolor de una herida.
Así, desde chico, asocié la figura femenina con la capacidad innata de crear. Esa imagen, acaso idealizada, de la mujer me acompañó también durante los años de Escuela y Liceo, reforzada ahora por el hecho de que me resultaba más llevadera la compañía de mis compañeras de clase que de mis compañeros.
Entre varones siempre sentí una inexplicable presión, una cierta competencia, una necesidad de "ser más que" y eso me resultaba agotador, hasta insoportable. Siendo yo flaco y menudo, con poca o ninguna habilidad atlética y sin gusto por el fútbol o la vulgaridad sin sentido, me sentía fuera de lugar entre los varones. Tampoco podía, como hombre, demostrar abiertamente mis emociones, porque "el hombre no llora". No había, entre mis compañeros de clase, muchos comentarios constructivos acerca de las mujeres, nadie elogiaba el intelecto, la sensibilidad o la creatividad, más bien se tenía que elogiar lo físico, porque eso, aparentemente, es todo lo que le importa al hombre. No así entre mis compañeras, ya que siempre encontré amistad, empatía y ecuanimidad con las mujeres. Entre esas amigas de mi juventud encontré mis primeros amores,  pero comencé, también, a observar que mi condición de varón me daba ventajas sobre ellas. Si, ellas también estaban sometidas a presiones semejantes a las mías.
Las mujeres, pude ver, estaban casi forzadas a ciertas carreras mientras que la autoridad tendía al varón. Me llamaba la atención la abundancia de profesoras y la escasez de profesores. Muchas enfermeras y muchos médicos, no así enfermeros o médicas. Se oía hablar de secretarias, pero no de mujeres gerentes, directoras (a  no ser en escuelas o liceos), ministras, senadoras.Y sin embargo era de ellas que me llegaban muchas las más grandes influencias de mi vida: mi abuela, mi madre, maestras y profesoras, compañeras de clase y de trabajo. Todas ellas más capaces que yo, más talentosas, pero como yo soy varón, tuve y tengo mayores oportunidades en el ámbito social, académico y laboral.
Sin embargo sigo admirándolas, esforzándome por hacer eco de su ejemplo, intentando con mis habilidades y talentos que otras mujeres elijan los caminos que la sociedad les niega, usando sus caminos y su vida como aliciente para ellas, y como recordatorio para mi y para mis alumnos de esas desigualdades injustas. Sigo envidiando ese don natural, esa capacidad innata de crear que llevan consigo y que comparten con todos.
Sé muy bien que esta descripción es muy idealizada. De la misma manera que conozco muchos hombre que me hacen avergonzarme de mi género, hay mujeres que son igualmente censurables. Pero eso no evita que siga admirando a las mujeres en su belleza, su inteligencia, su dedicación y su larga y dura lucha por la igualdad. A ellas mi saludo y mi respeto.


martes, 30 de diciembre de 2014

Contando las horas y los minutos: una reflexión de fin de año

Quería hacer una reflexión de fin de año en mi blog, y sentí que no podía, no todavía.
Tantas cosas han sucedido, cosas buenas y cosas malas, las dos a montones.
Tantas experiencias, ilusiones y desilusiones, sueños cumplidos, sueños rotos, desafíos y obstáculos y llanos y montañas. Tuve lluvia, canté y lloré bajo ella, tuve sol, tuve tormentas y tuve arcoíris.
Tuve a mis sobrinos, a mis hermanos, a mis cuñados y cuñadas, tuve a mis amigos, en público y abiértamente, y tuve, en lo privado y de forma solapada, a mis enemigos, uno de los cuales a veces me mira a los ojos cuando observo el espejo.
Tuve a mis alumnos, benditos sean todos ellos.
Tuve triunfos, tuve ceremonias, tuve reconocimientos, tuve fracasos, tuve rechazos, tuve amonestaciones y juicios.
Tuve aciertos, tuve errores, tuve bendiciones y tuve pecados, tuve genialidades y tuve burrezas. tuve razón y estuve equivocado. Lo tuve todo y lo perdí todo y lo encontré de nuevo de una forma distinta.
Vi maravillas, vi terrores, vi amor y vi odio.
Alrededor mío y dentro mío convivieron la calma, la locura, la tolerancia, la insensatez, el terror, el coraje, la rebeldía, la sabiduría, la obediencia y la necedad.
Fue año largo y agotador que pasó muy rápido y me dejó pidiendo más.
Y el año que viene lo espero con nuevos desafíos en mi mochila, nuevas esperanzas en mi corazón, nuevos objetivos, nuevas tierras, nuevas alturas, nuevos conocimientos para comprender, viejas metas para alcanzar, antiguas promesas que cumplir.
Empiezo el 2015 como termino el 2014, a la expectativa, esperando el alba, aguardando el ocaso, remontando el día, vigilando la noche.
Y con esta prosa endeble, estas "linhas tortas" (en portugués "lineas torcidas") como dice Gabriel o Pensador, le deseo al lector, lo mismo que deseo para mi, un año de avance, un año de crecer, de superar, de ir más allá, un muy feliz año nuevo, porque los buenos deseos se escriben igual en todas las ideologías.