jueves, 12 de septiembre de 2013

Lewis Carroll y sus poemas: una opinión personal

Debo confesar que nunca he leído los libros de Charles Lutwidge Dodgson (mejor conocido por su seudónimo artístico: Lewis Carroll), apenas algunos fragmentos desconectados, como es el caso de este poema que es parte de "A través del espejo".
El poema en cuestión se llama "La morsa y el carpintero" y ha tenido (al igual que el resto de la obra y la propia vida de Carroll) diversas interpretaciones, cosa que al parecer le agradaba a Carroll. Tras leerlo mi impresión es la de crítica social, sobre todo por sus semejanzas al manejo que se suele hacer de las masas mediante el lenguaje, léanlo y saquen sus conclusiones, que yo al final les compartiré las mías:


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The sun was shining on the sea,
Shining with all his might:
He did his very best to make
The billows smooth and bright—
And this was odd, because it was
The middle of the night.

The moon was shining sulkily,
Because she thought the sun
Had got no business to be there
After the day was done—
"It's very rude of him," she said,
"To come and spoil the fun!"

The sea was wet as wet could be,
The sands were dry as dry.
You could not see a cloud, because
No cloud was in the sky:
No birds were flying over head—
There were no birds to fly.

The Walrus and the Carpenter
Were walking close at hand;
They wept like anything to see
Such quantities of sand:
"If this were only cleared away,"
They said, "it WOULD be grand!"

"If seven maids with seven mops
Swept it for half a year,
Do you suppose," the Walrus said,
"That they could get it clear?"
"I doubt it," said the Carpenter,
And shed a bitter tear.

"O Oysters, come and walk with us!"
The Walrus did beseech.
"A pleasant walk, a pleasant talk,
Along the briny beach:
We cannot do with more than four,
To give a hand to each."

The eldest Oyster looked at him.
But never a word he said:
The eldest Oyster winked his eye,
And shook his heavy head—
Meaning to say he did not choose
To leave the oyster-bed.

But four young oysters hurried up,
All eager for the treat:
Their coats were brushed, their faces washed,
Their shoes were clean and neat—
And this was odd, because, you know,
They hadn't any feet.

Four other Oysters followed them,
And yet another four;
And thick and fast they came at last,
And more, and more, and more—
All hopping through the frothy waves,
And scrambling to the shore.

The Walrus and the Carpenter
Walked on a mile or so,
And then they rested on a rock
Conveniently low:
And all the little Oysters stood
And waited in a row.

"The time has come," the Walrus said,
"To talk of many things:
Of shoes—and ships—and sealing-wax—
Of cabbages—-and kings—
And why the sea is boiling hot—
And whether pigs have wings."

"But wait a bit," the Oysters cried,
"Before we have our chat;
For some of us are out of breath,
And all of us are fat!"
"No hurry!" said the Carpenter.
They thanked him much for that.

"A loaf of bread," the Walrus said,
"Is what we chiefly need:
Pepper and vinegar besides
Are very good indeed—
Now if you're ready Oysters dear,
We can begin to feed."

"But not on us!" the Oysters cried,
Turning a little blue,
"After such kindness, that would be
A dismal thing to do!"
"The night is fine," the Walrus said
"Do you admire the view?

"It was so kind of you to come!
And you are very nice!"
The Carpenter said nothing but
"Cut us another slice:
I wish you were not quite so deaf—
I've had to ask you twice!"

"It seems a shame," the Walrus said,
"To play them such a trick,
After we've brought them out so far,
And made them trot so quick!"
The Carpenter said nothing but
"The butter's spread too thick!"

"I weep for you," the Walrus said.
"I deeply sympathize."
With sobs and tears he sorted out
Those of the largest size.
Holding his pocket handkerchief
Before his streaming eyes.

"O Oysters," said the Carpenter.
"You've had a pleasant run!
Shall we be trotting home again?"
But answer came there none—
And that was scarcely odd, because
They'd eaten every one.
El sol brillaba en el mar
Brillaba con toda su fuerza
Hacía su mejor esfuerzo para que
Las olas fueran suaves y brillantes—
Y esto es extraño, porque
Era la mitad de la noche

La luna brillaba malhumorada,
Porque pensaba que el sol
No tenía motivos para estar ahí
Una vez acabado el día—
"¡Es muy descortés de su parte", dijo
"El venir y arruinarme el momento!"

El mar estaba tan húmedo como podía estar,
La arena tan seca como la sequedad.
No podrías ver ni una nube, porque
No había nubes en el cielo:
No había aves volando encima—
Pues no había aves que volaran.

La morsa y el carpintero
se paseaban cogidos de la mano:
lloraban, inconsolables, de la pena
de ver tanta y tanta arena.
¡Si sólo la aclararan un poco,
qué maravillosa sería la playa!

–Si siete fregonas con siete escobas
la barrieran durante medio año,
¿te parece –indagó la morsa atenta–
que lo dejarían todo bien lustrado?
–Lo dudo– confesó el carpintero
y lloró una amarga lágrima.

¡Oh ostras! ¡Venid a pasear con nosotros!
requirió tan amable, la morsa.
–Un agradable paseo, una pausada charla
por esta playa salitrosa:
mas no vengáis más de cuatro
que más de la mano no podríamos.

Una venerable ostra le echó una mirada
pero no dijo ni una palabra.
Aquella ostra principal le guiñó un ojo
y sacudió su pesada cabeza...
Es gue quería decir que prefería
no dejar tan pronto su ostracismo.

Pero otras cuatro ostrillas infantes
se adelantaron ansiosas de regalarse:
limpios los jubones y las caras bien lavadas
los zapatos pulidos y brillantes;
y esto era bien extraño
pues ya sabéis que no tenían pies.

Cuatro ostras más las siguieron
y aún otras cuatro más;
por fin vinieron todas a una
más y mar y más... brincando
por entre la espuma de la rompiente
se apresuraban a ganar la playa.

La morsa y el carpintero
caminaron una milla, más o menos,
y luego reposaron sobre una roca
de conveniente altura;
mientras, las otras las aguardaban
formando, expectantes, en fila.

–Ha llegado la hora –dijo la morsa–
de que hablemos de muchas cosas:
de barcos... lacres... y zapatos;
de reyes... y repollos...
y de por qué hierve el mar tan caliente
y de si vuelan procaces los cerdos.

–Pero ¡esperad un poco!– gritaron las ostras
y antes de charla tan sabrosa
dejadnos recobrar un poco el aliento
¡que estamos todas muy gorditas!
–¡No hay prisa!– concedió el carpintero
y mucho le agradecieron el respiro.

–Una hogaza de pan –dijo la morsa–,
es lo que principalmente necesitamos:
pimienta y vinagre, además,
tampoco nos vendrán del todo mal...
y ahora, ¡preparaos, ostras queridas!,
que vamos ya a alimentarnos.

–Pero, ¡no con nosotras!– gritaron las ostras
poniéndose un poco moradas;
–¡que después de tanta amabilidad
eso sería cosa bien ruin!
–La noche es bella –admiró la morsa–
¿no te impresiona el paisaje?

–¡Qué amables habéis sido en venir!
iY qué ricas que sois todas!
Poco decía el carpintero, salvo
–¡Córtame otra rebanada de pan!,
Y ojala no estuvieses tan sordo
que, ¡ya lo he tenido que decir dos veces!

–¡Qué pena me da –exclamó la morsa–
haberles jugado esta faena!
¡Las hemos traído tan lejos
y trotaron tanto las pobres!
Mas el carpintero no decía nada, salvo
–¡Demasiada manteca has untado!

–¡Lloro por vosotras!– gemía la morsa.
–¡Cuánta pena me dais!– seguía lamentando
y entre lágrimas y sollozos escogía
las de tamaño más apetecible;
restañaba con generoso pañuelo
esa riada de sentidos lagrimones.

–¡Oh, ostras!– dijo al fin el carpintero.
–¡Qué buen paseo os hemos dado!,
¿os parece ahora que volvamos a casita?–
Pero nadie le respondía...
y esto sí que no tenía nada de extraño,
pues se las habían zampado todas.


En este poema se dan varias escenas con situaciones diferentes. Por un lado tenemos el dilema del sol, la luna y el mar: la luna se siente molesta por la extraña presencia del sol a medianoche, pero quienes están siendo verdaderamente afectados son el mar y la playa. Esta sección me recuerda a quienes se oponen a los cambios sin siquiera meditar al respecto, que los rechazan por ser cambios solamente (la luna), y también a los otros, quienes proponen el cambio sin más motivo que el cambio en sí (el sol). Quiénes sufren los cambios no tienen voz, llevan a cabo el cambio y a algunos parece beneficiarles (el mar) mientras que a otros les perjudica (la arena), pero nadie les consulta si están de acuerdo o no con el mismo, quienes no pueden adaptarse desaparecen y a nadie le importa ni considera las consecuencias que pueda tener dicha forzosa desaparición (las aves).
El segundo escenario es el que protagonizan los mencionados en el título, la morsa y el carpintero, que por algún motivo me hacen pensar en las ideologías políticas, tan dadas a polarizarse, pero cuyos actores, en realidad, pueden con mucha facilidad "caminar de la mano" según les convenga. No les preocupa demasiado la disputa entre el sol y la luna, les preocupa más que haya tanta arena en la playa (tantos que no ven con buenos ojos el cambio) y la morsa propone que se la debe barrer y que la playa debe ser lustrada. Es curioso cómo muchas veces las voces contrarias a un cambio impuesto son simplemente "barridas" por la palabra autorizada de expertos (las siete fregonas o sirvientas, el siete tradicionalmente es considerado el número de la completitud, de la perfección, etc.), como si fuera pecado estar en desacuerdo, como si la arena de la playa fuera un impedimento para el avance de las olas del mar.
El tercer escenario nos relata cómo estos dos convencen a las ostras de acompañarlos. La imagen de las ostras me resulta especialmente descriptiva del público general, de la masa, del ciudadano promedio. No demasiado formado, ni muy dado a razonar en profundidad. Sólo la ostra con más experiencia es lo suficientemente sagaz como para rechazar la invitación, todo el resto se siente honrado y los sigue sin mayores cuestionamientos. El motivo aparente de la invitación es para caminar y conversar sobre temas de gran relevancia: "de barcos... lacres... y zapatos; de reyes... y repollos... y de por qué hierve el mar tan caliente y de si vuelan procaces los cerdos". Para ello nuestros dos personajes han elegido unas rocas elevadas donde se han sentado, o sea, las ostras no están ahí para expresar su opinión, sino para escuchar la opinión autorizada de estos personajes acerca del tema. Las ostras están encantadas, no tendrán que pensar más al respecto, les van a solucionar estos temas y podrán volver al baúl de donde salieron sin que ellas esfuercen sus neuronas. Esto mismo sucedió con el aborto, tema tabú si los hay en nuestro país: nadie habla del mismo con claridad y quienes lo hacen se refugian en los estrados, mientras tanto, como las ostras, hemos aceptado la solución que se nos ha impuesto no porque nos pareciera lo mejor, sino porque es lo más cómodo: Papá Estado lo solucionó por nosotros, ¿qué necesidad hay de pensar al respecto?. Como dijo La Chancha en su canción "La felicidad te necesita estúpido": "...No pienses, no consumas tus neuronas con problemas que te exceden, no te exijas demasiado, mira que te estas quemando..."
El acto final revela que el propósito de la morsa y el carpintero no era el bien de sus seguidores sino el propio, ya que entre los dos se devoran a las ostras, aunque, eso si, les agradecen la gentileza de dejarse atraer a su perdición. Para expresar mi opinión sobre esta última parte y dar el punto final a este artículo: ¿estamos absolutamente seguros de los motivos de nuestros líderes políticos/religiosos/ideológicos? ¿se puede afirmar sin lugar a dudas que su único interés es el bien común, que no alientan ninguna clase de egoísmo o interés personal?
Que quieren que les diga, yo prefiero dudar y pensar y llegar a las conclusiones por cuenta propia, aunque me quede solo como ostra vieja.