lunes, 23 de diciembre de 2013

La cualidad humana, o la libertad de equivocarse

Cada vez que estalla un escándalo público, una conmoción política, una crisis financiera o se cae un florero pasa lo mismo: pedimos la cabeza del responsable. Hay una necesidad casi subconsciente de saber quién lo hizo, de tener un responsable, y sobre todo, de afirmar que el responsable no fue uno. Es que los seres humanos tenemos un terror que solo puede calificarse de patológico de afirmar algo que de hecho es lo más natural y obvio del mundo: nuestra tendencia intrínseca al error, una cualidad tan humana que de hecho prefiero referirme a ella como la cualidad humana. Porque es un aspecto que nos identifica como parte de la especie humana, algo que nos conecta con nuestros semejantes, que nos iguala, y que sin embargo pretendemos ocultar por todos los medios posibles.
Es muy sencillo de observar, en especial cuando algo revienta y la porquería salta en todas la direcciones. En esas circunstancias todos, sin excepción repetimos los mismos y milenarios mantras del "yo-no-fuí-fue-otro", "no-fuimos-nosotros", "no-creemos-que-haya-sido-nuestro-amigo", etc, etc. Y es que nadie quiere cargar con las consecuencias del error (salvo que el error redunde en beneficios, caso en el cual todos, alegremente, nos declaramos responsables...), nadie quiere admitir ante la mirada pública su tendencia humana al error. Es más, a tal punto estamos obsesionados con no admitir la posibilidad de nuestra falencia que no dudamos en negarle esa cualidad a nuestros semejantes, acto que llamamos, de forma casi ingenua, confianza. Lamentablemente, cuando en nombre de la confianza le negamos a nuestro prójimo la posibilidad del erro, de la debilidad, de la distracción, le estamos negando asimismo su existencia, su naturaleza humana.
Porque nuestra tendencia a la imperfección, si la aceptáramos, podría ser una de nuestras fortalezas más grandes. Imaginemos una máquina diseñada para avanzar en línea recta, y sólo en línea recta, ya que de esta manera fue especificado por quienes encargaron su manufactura. Imaginemos ahora que en su camino hay un imprevisto: una piedra que imposibilita su camino y si pecha contra ella, la máquina se dañará . Sin embargo, de forma fortuita, la máquina se desvía a tiempo y evita la piedra. Sin dudas que la máquina es imperfecta y no cumple con las especificaciones, pero el error evitó que se estrellara contra la piedra y los daños que esto implicaría. En el mismo sentido el error puede ser beneficioso para nosotros si lo tenemos en cuenta, porque sabemos que existe esa posibilidad, que aunque fulano jure y perjure que seguirá por determinado rumbo sin importar los obstáculos en su camino, es posible que de pronto cambie de rumbo, que se detenga o incluso que retroceda. Acaso es una posibilidad mínima, pero es una posibilidad, como también lo es la confianza, porque algo o alguien es confiable si su comportamiento en determinadas circunstancias es el mismo la mayor parte de las veces.(1)
Otro aspecto negativo del negar nuestra tendencia al error es que le negamos a nuestro prójimo la posibilidad de mejorar, de superarse, lo cual también es una forma de error ya que es un cambio en su comportamiento previsible. Vamos, que gran parte del desarrollo tecnológico se lo debemos a la interminable cadena de intentos y errores con los que hemos ido mejorando los objetos y los dispositivos que utilizamos en nuestra vida diaria.
Por eso yo creo que, por nuestro bien y el de la sociedad, debemos aceptar plenamente nuestra tendencia al error. Yo puedo errar, tu puedes errar, el puede errar, ella puede errar, ellos pueden errar, todos podemos errar. Y como lo sabemos, lo tendremos en cuenta, dándonos un margen de error: "Sé que probablemente vas a cometer equivocaciones, así que el objetivo que te voy a dar no es puntual, sino más bien una zona de acierto dentro de la cual no vas a tener problemas", algo así.
Además es algo que ya lo sabemos y lo utilizamos: la justicia cuenta con la tendencia al error de los criminales para encontrar las pistas que los incriminen, y los criminales cuentan con la tendencia al error de la justicia para realizar el ilícito.
Lo más hermoso del ser consciente de nuestra tendencia al error, es que no todos fallamos en las mismas cosas. Eso me permite complementar mi trabajo con mi compañero: "Yo erro en las áreas A y D, vos en las áreas B y C, así que entre los dos deberíamos ser capaces de completar las cuatro áreas".
El error está en nuestra naturaleza, cuando yo le digo a alguien "Sé que vas a equivocarte", no estoy rebajándolo, no estoy faltándole el respeto, ni siquiera estoy siendo especialmente desconfiado, sino que estoy reconociendo su humanidad. Es una forma de decir: "Somos iguales, eres un ser humano como yo, con la capacidad de errar, tus errores no me van a horrorizar de la misma manera que espero que los míos no te horroricen". Es una forma de aceptarse y de comprenderse, de darse un espacio, un margen de error.
Ahora bien, esto no significa que no importa el error que cometamos. Si mi error implica el sufrimiento o incluso la muerte de mis semejantes, si implica pérdida de empleos, deterioro de la salud y desmedro de la calidad de vida en cualquiera de sus formas, entonces debo tener muy en cuenta mi tendencia al error, porque mis errores, al igual que todas mis acciones, afectan, con sus consecuencias, a todos los que me rodean, y más aún si mi puesto de trabajo tiene un cierto nivel de importancia: un médico, un juez, un constructor, un docente, un legislador, un gobernante, etc.
Conocer que soy capaz de errar implica también la responsabilidad de aprender de los errores y admitirlos, públicamente si es necesario, y por supuesto, afrontar las consecuencias de mis actos. Debo admitir que me agradó la actitud del ministro Lorenzo al renunciar a su cargo, no me alegra, pero habla bien de el, habla de un hombre que se equivocó, acaso con mayúsculas, pero que voluntariamente se puso a disposición de la justicia, eso es bueno, es un ejemplo excelente de que hay gente que esta dispuesta a admitir que es capaz de errar. No me gustó en cambio la previsible reacción del Frente Amplio, que asegura que los acusados actuaron de buena fe, no porque crea que actuaron de mala fe, sino porque les quitan a los acusados esa posibilidad, les roban su humanidad ante la sociedad ¿acaso no es posible, que en un momento de debilidad personal hayan pensado y actuado de forma egoísta? ¿hay alguien entre todos los seres humanos que sea incapaz de actuar de forma egoísta?. Yo sé, que yo soy incapaz de actuar de forma 100% desinteresada, algún interés siempre existe, aunque ese interés sea el bienestar de mis semejantes. Aún en ese caso tengo interés propio: me hace sentir bien que los demás vivan mejor, así que ¿qué tiene de raro que a un jerarca de un banco o de una cartera del estado le temblaran las manos en un momento de debilidad? son seres humanos, después de todo.

(1) Este concepto de la confianza como probabilidad y no como certeza es muy manejado por los ingenieros, una profesión que no abunda en nuestra sociedad, lo cual plantea hipótesis interesantes sobre el efecto que tiene esto en el comportamiento de la sociedad.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Para ver mejor

Desde hace varios meses, tras la adquisición de una herramienta adecuada para la tarea, he podido dedicarle tiempo a una actividad que siempre me ha fascinado: la fotografía.
Aún recuerdo cuando mi padre me puso en las manos nuestra vieja cámara familiar, la cual nos sirvió fielmente muchos años, aunque no muy seguido, ya que los rollos y los revelados resultaban carísimos para la nunca muy estable economía familiar. Ese día, mi padre me explicó que tenía que tener cuidado al encuadrar la foto para no "decapitar" a nadie. Mirar por el objetivo (con el tinte verdoso que tenía y las líneas de mira, me recordaban las escenas de los aviones de combate que veía por la tele), activar el flash, con el zumbido tan particular, casi cibernético que hacía, hasta finalmente presionar el botón y escuchar el chasquido del obturador. Era un ritual casi mágico.