jueves, 6 de noviembre de 2014

Una de terror

Primero quiero mostrarles unas fotos de mis alumnos, véanlas bien, por favor:







¿Están enternecidos?¿emocionados?¿inspirados? ¿no? que lástima, deberían, pero no se preocupen, los entiendo. Después de todo no los conocen, ni han visto sus luchas, ni su esfuerzo, ni nada. Además, todos estamos demasiado ocupados con "asuntos importantes" como para darle media bolilla a un grupete de gurises que están terminando cuarto año del liceo, ¿no?. Bueno es justamente de eso que quiero tratar en este artículo, porque nosotros, ciudadanos promedio de nuestra querida República Oriental del Uruguay, que trabajamos, pagamos nuestros impuestos, nuestra televisión por cable y nuestra conexión a Internet, tenemos mucho, muchísimo que aprender de estos gurises.

Hace muy poco que soy docente de tiempo completo, solo dos años. Soy docente, permítanme aclararlo, por elección propia y no por desesperación, como parecen pensar demasiados de mis conciudadanos. Yo elegí esta carrera, aún cuando ya tenía un trabajo cómodo y clientela en abundancia como técnico reparador, instalador y diseñador de páginas web.
Les doy clases, sobre todo, a alumnos de bachilleratos en cursos de informática técnica, y tengo bajo mi responsabilidad más o menos la mitad de sus asignaturas, debido a que en el interior no hay demasiados docentes preparados en esta área particular. Eso implica que paso muchas horas con ellos, en algunos días estoy con ellos la mitad o más del total de horas que están en la Escuela Técnica, y uno llega a conocerlos un poco. También llega a plantearse metas acerca de cómo uno quiere influenciarlos, en qué dirección y con qué propósito.
Cuando un docente como yo pasa tantas horas con los gurises, siendo yo aún jóven, idealista, con mi carita de bebé (que si me afeito parezco de 20 en vez de los 30 pirulos que cargo encima), uno empieza a relacionarse con sus alumnos de forma más profunda, más entrañable, más humana. Y descubre que ellos, los gurises, lo están observando a uno.
Lo hacen todo el tiempo, consciente e inconscientemente y adoptan comportamientos, costumbres, formas de hablar, formas de trabajar y formas de pensar. Y eso me ha hecho sudar frío más de una vez. Por ejemplo en lo más superfluo, mis alumnos aprendieron de mi el fino arte de decir chistes malos, algunos con pericia insuperable. Pero si aprendieron eso ¿qué otras cosas "no curriculares" han aprendido? Puedo decir y con algo de orgullo que han aprendido mucho más de lo que yo podría haberles enseñado jamás en un año escolar.
Han aprendido a trabajar en proyectos ideados por ellos, han aprendido que pueden crear cosas de casi la nada y que pueden hacerlo bien y que esas creaciones pueden ser lo suficientemente novedosas como para atraer la admiración y el aplauso. Han aprendido que pueden trabajar en equipo, repartiéndose las tareas de forma deliberada, optimizando tiempo y esfuerzo. Han aprendido que las diferencias pueden ser factores potenciadores en un equipo, que el compañero o compañera más callado y retraído puede ser perfectamente un líder en ciertas áreas y que mejor lo reclutan rápidamente para el trabajo. Han aprendido a cuestionar las ideas, aún las que expresa el profesor. Han aprendido a hacerse cargo de sus actos, de encarar las responsabilidades. Han aprendido a probar cosas nuevas, aunque en algún momento les parecieron incomprensibles y que a pesar de eso, les pueden gustar. Han aprendido a aceptar y tolerar lo que no entienden del otro. Han aprendido que los defectos personales pueden enfrentarse y superarse, que pueden ser mejores. Han aprendido que competir no significa necesariamente pisar en el pescuezo al contrario y que el deseo de la excelencia puede ser un valor en si mismo. Han aprendido que a veces las cosas sencillamente no salen como uno quisiera y que sin embargo el tiempo invertido no es una pérdida. Han aprendido que aprender puede ser divertido. Han aprendido que "el profe" es un ser humano igual que ellos, que se enoja, se entristece, se cansa, se equivoca, y que también los necesita a ellos para ayudarlo a ser mejor. Han aprendido mucho más que lo que yo les enseñé, han aprendido tanto que me han enseñado a mi. Han aprendido tanto que me siento orgulloso y privilegiado de ser su profesor. Y no, no son superdotados, son gurises ruidosos y revoltosos que se olvidan de estudiar, que arman tremendos desórdenes en cuanto uno sale del salón y que conversan a los gritos, dejándome agotado y superado después de una clase con ellos. Algunos abandonaron, otros no han superado las exigencias del curso y deben rendir exámenes este diciembre. Gurises normales, hijos de cualquier vecino. Gurises excepcionales que bien podrían sacudir el "establishment" en unos años con ideas revolucionarias que yo soy incapaz de concebir. 

Y a estos gurises los tengo que devolver a ustedes, la sociedad que los envía a las aulas, cada tarde al terminar el día. Y ahí es cuando yo empiezo a temblar en serio. Porque este año, como nunca antes, la sociedad "adulta" de mi querido país se ha comportado como una manada de, por falta de mejor palabra, idiotas incivilizados. Algunos de ustedes, ciudadanos respetables en cualquier otra instancia, han perdido tanto el raciocinio que han expresado las ideas más bajas que he tenido el desagrado de leer: destratos, insultos, intolerancias, violentaciones, abusos, vociferaciones, faltas de respeto, degradaciones, etc. Algunos de ustedes han  cometido actos vandálicos con orgullo e impunidad en contra del derecho ajeno a expresarse mientras se suponen a si mismos como demócratas. Algunos de ustedes han insultado por lo más bajo a sus semejantes solo por el simple hecho de que piensan diferente. O sea que a mi, como docente, la sociedad me pide y me exige que inculque a sus hijos para que sean ciudadanos responsables, pero entonces la sociedad misma, con sus acciones, les enseña todo lo contrario, glorificando la irracionalidad y lo que en general solo se puede calificar de barbarie y estupidez.

Probablemente el problema sea el año que vivimos, un año electoral. Las pasiones ideológicas irracionales están a flor de piel, y todos creemos estar del lado correcto del tablero de las ideas. Y eso es complicado para todos nosotros, lo entiendo, siendo tan caudillistas como somos, siempre detrás de algún estandarte que suponemos es el mejor de todos. Es comprensible. No que pueda entenderlo realmente, pero alguna cosa tenía que decirles para que se sientan mejor.
Pero permítanme pedirles una cosa, en cuanto termine el año electoral y quememos las papeletas en el fuego de algún asado, pregúntenle a sus hijos qué cosas han aprendido de ustedes este año y luego obsérvenlos. Si los ven actuando de forma irresponsable, inmadura, destructiva y les dicen que se vayan a algún lugar desagradable, entonces señores y señoras, han aprendido a la perfección la lección que ustedes han impartido toooodo este año. Porque si me observan con tanto detenimiento a mi, que solo comparto muy pocas horas con ellos, que han aprendido a hacer mis chistes malos mejor que yo, ¿qué podrán aprender de ustedes, los adultos que los han traído a este mundo y se supone que velan por su bienestar? Ustedes saquen sus propias cuentas, y en lo posible no me compliquen más mi trabajo, suficiente tengo con des-enseñar toda la porquería que la sociedad les mete en la cabeza a los pobres.