jueves, 21 de julio de 2016

Una de adultos y de desoldadores

Desoldador. De-Sol-Da-Dor. No, no me olvidé del espacio, se llama así.Y es el aparato que se observa en la foto. Esta herramienta cumple la nada envidiable tarea de succionar el estaño fundido y candente (estaño es el metal que se utiliza para soldar los componentes electrónicos a las plaquetas de circuitos) para que uno pueda separar el componente de la placa y reemplazarlo. Yo lo conocí cuando fuí aprendiz de radio-técnico, con unos 20 años, en una tarde de invierno del 2003.


Cada tanto me acuerdo de esa aventura de pocas semanas que viví hace ya 13 años (como pasa el tiempo, por Dios). En ese entonces yo todavía ni soñaba que 10 años después estaría eligiendo horas en la UTU, en ese momento mi interés era simplemente hacerme de los medios para conseguir un empleo en un Uruguay que seguía cargando con el fardo de una crisis económica que apenas comenzaba a levantarse.
Por esos tiempos yo todavía vislumbraba alguna forma de futuro en la electrónica, al menos como técnico, y estaba haciendo un curso por correspondencia (que nunca terminé, pero cuyos fascículos aún conservo con cierto cariño). Para profundizar en el tema me encaminé al local de un radio-técnico muy conocido, cuyo nombre no revelaré ya que no viene al caso vulnerar su intimidad, y al mejor estilo de aprendizaje técnico medieval, me ofrecí como aprendiz. Los técnicos me miraron con desconfianza (ya habían tenido experiencias similares con muy malos resultados antes), pero supongo que mi porte ingenuo los convenció, porque me aceptaron con la condición de que no me unía ningún vínculo laboral con ellos, yo estaba ahí para aprender los gajes del oficio y ese era mi pago.
Debo admitir que aprendí poco de electrónica con ellos, pero adquirí algo más valioso: perspectiva de la realidad, sumamente necesaria para mi vida, como muy pronto comprendería.
Yo todavía cargaba con algunos ideales muy coloridos acerca de la vida adulta, algo sacudidos por el hecho de que tras abandonar la facultad por problemas económicos tuve que ponerme a vender tabloides casa por casa para colaborar con el guiso, pero aún coloridos, y, en fin, infantiles. Se podría redondear la idea diciendo que yo aún no estaba bien enterado que la mayor parte de la gente no se manejaba con mis mismos códigos y normas, las cuales consideraba poco menos que universales hasta ese entonces, y una mirada a lo que implica la llamada "vida adulta", con sus extrañas exigencias y dobles estándares.
Ahí estaba yo, pues, y cada tarde (de mañana vendía los ya mencionados tabloides) yo me dedicaba a las tareas de todo aprendiz: barrer, ordenar y limpiar carcasas de algunos trabajos del taller. Entre esas tareas yo charlaba con estos hombres, e intentaba ocultar mi asombro o mi incredulidad ante lo que veía suceder. Sobre el taller había al menos una habitación, lo sabía por unas escaleras rodeadas de televisores viejos. Supuse que sería otro depósito de vejestorios electrónicos que conservaban para canibalizar componentes, pero tampoco lo pregunté abiertamente. Estos tipos no eran precisamente abiertos a compartir sobre su vida personal, yo tampoco era la persona más conversadora que existía y me interesaba más el poder aprender todo lo que pudiera sobre el oficio, así que me quedé con mi suposición y no hice preguntas. Tampoco hizo falta.
Una de esas tardes apareció una muchacha joven, quizás un par de años mayor que yo, muy conversadora y de origen humilde, que parecía ser muy cercana a todos allí. Supuse que sería una clienta habitual o una vecina. En un momento, ella y uno de los técnicos subieron por las escaleras a la habitación de arriba. Todo se dió con tal naturalidad que yo no comprendí de inmediato que sucedía, hasta que otro de los técnicos me llevó aparte y me advirtió que nunca comentara sobre la existencia de esa muchacha o su relación con el otro. Ahí me cayó la ficha: la muchacha era amante del tipo este, pero el tema no terminaba ahí. Este hombre (el que me llevó aparte) comentó algo que se me grabó en la memoria y me sacudió el mundo: "Que jodida que está la cosa, che. Antes las minas c####n por plata, ahora basta con darles algo para comer".
Nunca lo va a saber, pero ese comentario fue mi verdadera introducción al mundo de los "adultos". Ese mundo donde los ideales y la ética parecen perder sentido ante el peso de la satisfacción personal, o algo que se le parece, al menos. Un complemento de este duro aprendizaje vendría después, durante otra jornada de trabajo.
Recuerdo que una vez les sugerí, ante un dilema de recambio de un componente, que quizás se podría encontrar la información en Internet. No se rieron en mi cara porque para ese entonces yo empezaba a ganarme su respeto a base de persistencia, pero supe por su reacción que cualquier sugerencia mía entraba en la categoría de lo risible. No me ofendí demasiado. No duré mucho ahí
Pocas semanas después conseguí trabajo en un cyber café, y para fin de ese año pude conseguir un empleo aún mejor, el cual me pondría en camino a mi actual ocupación como docente técnico. Pero aún recuerdo la experiencia con un esbozo de sonrisa. El taller ya no existe más, y perdí hace mucho tiempo el rastro de sus integrantes. Pero recuerdo muy bien esa tarde en que me enseñaron la primera lección acerca de la naturaleza de nuestra sociedad "adulta". Y además aprendí cómo usar un desoldador.