lunes, 23 de diciembre de 2013

La cualidad humana, o la libertad de equivocarse

Cada vez que estalla un escándalo público, una conmoción política, una crisis financiera o se cae un florero pasa lo mismo: pedimos la cabeza del responsable. Hay una necesidad casi subconsciente de saber quién lo hizo, de tener un responsable, y sobre todo, de afirmar que el responsable no fue uno. Es que los seres humanos tenemos un terror que solo puede calificarse de patológico de afirmar algo que de hecho es lo más natural y obvio del mundo: nuestra tendencia intrínseca al error, una cualidad tan humana que de hecho prefiero referirme a ella como la cualidad humana. Porque es un aspecto que nos identifica como parte de la especie humana, algo que nos conecta con nuestros semejantes, que nos iguala, y que sin embargo pretendemos ocultar por todos los medios posibles.
Es muy sencillo de observar, en especial cuando algo revienta y la porquería salta en todas la direcciones. En esas circunstancias todos, sin excepción repetimos los mismos y milenarios mantras del "yo-no-fuí-fue-otro", "no-fuimos-nosotros", "no-creemos-que-haya-sido-nuestro-amigo", etc, etc. Y es que nadie quiere cargar con las consecuencias del error (salvo que el error redunde en beneficios, caso en el cual todos, alegremente, nos declaramos responsables...), nadie quiere admitir ante la mirada pública su tendencia humana al error. Es más, a tal punto estamos obsesionados con no admitir la posibilidad de nuestra falencia que no dudamos en negarle esa cualidad a nuestros semejantes, acto que llamamos, de forma casi ingenua, confianza. Lamentablemente, cuando en nombre de la confianza le negamos a nuestro prójimo la posibilidad del erro, de la debilidad, de la distracción, le estamos negando asimismo su existencia, su naturaleza humana.
Porque nuestra tendencia a la imperfección, si la aceptáramos, podría ser una de nuestras fortalezas más grandes. Imaginemos una máquina diseñada para avanzar en línea recta, y sólo en línea recta, ya que de esta manera fue especificado por quienes encargaron su manufactura. Imaginemos ahora que en su camino hay un imprevisto: una piedra que imposibilita su camino y si pecha contra ella, la máquina se dañará . Sin embargo, de forma fortuita, la máquina se desvía a tiempo y evita la piedra. Sin dudas que la máquina es imperfecta y no cumple con las especificaciones, pero el error evitó que se estrellara contra la piedra y los daños que esto implicaría. En el mismo sentido el error puede ser beneficioso para nosotros si lo tenemos en cuenta, porque sabemos que existe esa posibilidad, que aunque fulano jure y perjure que seguirá por determinado rumbo sin importar los obstáculos en su camino, es posible que de pronto cambie de rumbo, que se detenga o incluso que retroceda. Acaso es una posibilidad mínima, pero es una posibilidad, como también lo es la confianza, porque algo o alguien es confiable si su comportamiento en determinadas circunstancias es el mismo la mayor parte de las veces.(1)
Otro aspecto negativo del negar nuestra tendencia al error es que le negamos a nuestro prójimo la posibilidad de mejorar, de superarse, lo cual también es una forma de error ya que es un cambio en su comportamiento previsible. Vamos, que gran parte del desarrollo tecnológico se lo debemos a la interminable cadena de intentos y errores con los que hemos ido mejorando los objetos y los dispositivos que utilizamos en nuestra vida diaria.
Por eso yo creo que, por nuestro bien y el de la sociedad, debemos aceptar plenamente nuestra tendencia al error. Yo puedo errar, tu puedes errar, el puede errar, ella puede errar, ellos pueden errar, todos podemos errar. Y como lo sabemos, lo tendremos en cuenta, dándonos un margen de error: "Sé que probablemente vas a cometer equivocaciones, así que el objetivo que te voy a dar no es puntual, sino más bien una zona de acierto dentro de la cual no vas a tener problemas", algo así.
Además es algo que ya lo sabemos y lo utilizamos: la justicia cuenta con la tendencia al error de los criminales para encontrar las pistas que los incriminen, y los criminales cuentan con la tendencia al error de la justicia para realizar el ilícito.
Lo más hermoso del ser consciente de nuestra tendencia al error, es que no todos fallamos en las mismas cosas. Eso me permite complementar mi trabajo con mi compañero: "Yo erro en las áreas A y D, vos en las áreas B y C, así que entre los dos deberíamos ser capaces de completar las cuatro áreas".
El error está en nuestra naturaleza, cuando yo le digo a alguien "Sé que vas a equivocarte", no estoy rebajándolo, no estoy faltándole el respeto, ni siquiera estoy siendo especialmente desconfiado, sino que estoy reconociendo su humanidad. Es una forma de decir: "Somos iguales, eres un ser humano como yo, con la capacidad de errar, tus errores no me van a horrorizar de la misma manera que espero que los míos no te horroricen". Es una forma de aceptarse y de comprenderse, de darse un espacio, un margen de error.
Ahora bien, esto no significa que no importa el error que cometamos. Si mi error implica el sufrimiento o incluso la muerte de mis semejantes, si implica pérdida de empleos, deterioro de la salud y desmedro de la calidad de vida en cualquiera de sus formas, entonces debo tener muy en cuenta mi tendencia al error, porque mis errores, al igual que todas mis acciones, afectan, con sus consecuencias, a todos los que me rodean, y más aún si mi puesto de trabajo tiene un cierto nivel de importancia: un médico, un juez, un constructor, un docente, un legislador, un gobernante, etc.
Conocer que soy capaz de errar implica también la responsabilidad de aprender de los errores y admitirlos, públicamente si es necesario, y por supuesto, afrontar las consecuencias de mis actos. Debo admitir que me agradó la actitud del ministro Lorenzo al renunciar a su cargo, no me alegra, pero habla bien de el, habla de un hombre que se equivocó, acaso con mayúsculas, pero que voluntariamente se puso a disposición de la justicia, eso es bueno, es un ejemplo excelente de que hay gente que esta dispuesta a admitir que es capaz de errar. No me gustó en cambio la previsible reacción del Frente Amplio, que asegura que los acusados actuaron de buena fe, no porque crea que actuaron de mala fe, sino porque les quitan a los acusados esa posibilidad, les roban su humanidad ante la sociedad ¿acaso no es posible, que en un momento de debilidad personal hayan pensado y actuado de forma egoísta? ¿hay alguien entre todos los seres humanos que sea incapaz de actuar de forma egoísta?. Yo sé, que yo soy incapaz de actuar de forma 100% desinteresada, algún interés siempre existe, aunque ese interés sea el bienestar de mis semejantes. Aún en ese caso tengo interés propio: me hace sentir bien que los demás vivan mejor, así que ¿qué tiene de raro que a un jerarca de un banco o de una cartera del estado le temblaran las manos en un momento de debilidad? son seres humanos, después de todo.

(1) Este concepto de la confianza como probabilidad y no como certeza es muy manejado por los ingenieros, una profesión que no abunda en nuestra sociedad, lo cual plantea hipótesis interesantes sobre el efecto que tiene esto en el comportamiento de la sociedad.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Para ver mejor

Desde hace varios meses, tras la adquisición de una herramienta adecuada para la tarea, he podido dedicarle tiempo a una actividad que siempre me ha fascinado: la fotografía.
Aún recuerdo cuando mi padre me puso en las manos nuestra vieja cámara familiar, la cual nos sirvió fielmente muchos años, aunque no muy seguido, ya que los rollos y los revelados resultaban carísimos para la nunca muy estable economía familiar. Ese día, mi padre me explicó que tenía que tener cuidado al encuadrar la foto para no "decapitar" a nadie. Mirar por el objetivo (con el tinte verdoso que tenía y las líneas de mira, me recordaban las escenas de los aviones de combate que veía por la tele), activar el flash, con el zumbido tan particular, casi cibernético que hacía, hasta finalmente presionar el botón y escuchar el chasquido del obturador. Era un ritual casi mágico.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Programación 1 - Desafío Final 2013

Se debe crear un programa que:

  • Muestre un menú de opciones al usuario
  • Se ejecute hasta que el usuario ingrese la orden de salida
  • Permita guardar, ver y modificar los siguientes datos: Nombre, Apellido y Edad en un conjunto de vectores con 20 lugares.

miércoles, 23 de octubre de 2013

El colmo de los adultos

Motivos personales para que un "conservador" esté en contra de la baja de la edad de imputabilidad

Quienes me conocen personalmente saben que mi posición ideológica es un tanto controversial. Como me autodefino como anarquista-cristiano se podría decir que soy "conservador". No conservador, ni conservador, ni siquiera conservador. Así, entre comillas, "conservador", porque lo único que comparto con el conservador propiamente dicho es algunos conceptos generales y ciertas tendencias ideológicas, por lo demás prefiero analizar la situación por mi cuenta y sacar mis propias conclusiones, reservándome el derecho de cambiar las mismas cuándo y como lo considere necesario. Según voy pensando, voy siendo, y el tema del título no es una excepción. Así que soy "conservador" y estoy en contra de la baja de la edad de imputabilidad.
Las motivaciones socio-políticas para estar en contra de la baja a la edad de imputabilidad son expresadas de forma muy clara por Victoria Vaz en este artículo, así que no voy a ahondar en ese tema. Yo quiero expresar un punto de vista más personal y cortando un poco más grueso, porque mi punto de vista es que al bajar la edad de imputabilidad estamos culpando al equivocado (por no mencionar que lo considero una medida totalmente inútil), permítame el lector el explicarme.
Pensando al respecto, me encontré con varios prejuicios que van de la mano con este proyecto, los cuales se nutren de la llamada "sensación de inseguridad" que parece experimentar la sociedad. El ciudadano promedio, según se puede discernir, esta, en muchos casos, convencido de que nuestra sociedad se ha vuelto más insegura y le han proporcionado hechos y cifras para corroborarlo y afirmar su convencimiento, y como no puede ser de otra manera, la sociedad también ha elegido un chivo expiatorio: el "adolescente infractor".
Como todo chivo expiatorio, se lo caracteriza según una serie de estereotipos que representan todo aquello que la sociedad rechaza: el adolescente infractor ha de ser de barrios marginales, desertor de los estudios, sin cultura de trabajo y tendiente a abusar de substancias adictivas o seguramente adicto empederinido a las mismas. Seguramente esta descripción les recreó la imaginación con mucha facilidad, poblándola con algún rostro que habrán visto al pasar por algún barrio. Quizás hasta habrán asentido de forma incosciente al leer las características que mencioné. Les confieso que durante un buen tiempo yo supuse lo mismo, esa clase de personaje era lo que me venía a la mente cuando escuchaba la crónica policial, hasta que me sucedieron dos cosas, la primera, fue comprobar que de hecho semejante descripción tan acotada es incorrecta: los nenes limpios y bien peinados de los colegios privados son tán capaces de ser adictos, ajenos a la cultura de trabajo y capaces de crímenes violentos como el márginal más desesperado. La segunda fue trabajar con adolescentes de las dos puntas de la escala socioeconómica en el aula y noté con profunda desilusión que la raíz del problema no estaba en los adolescentes, ni en las circunstancias sociales amplias donde esta creciendo. La radicación del problema es más puntual y mucho más seria, porque el problema se encuentra en quienes lo han diagnosticado: el problema son los "adultos".
Desde mi adolescencia me han quedado muy claras las innegables ventajas de las que disfrutan los adultos en la sociedad: la sociedad adulta establece las reglas y las excepciones, define los derechos y las obligaciones, niegan y otorgan favores y oportunidades al resto de la sociedad. Ahora bien, como cualquier docente sabe o debería saber, el comportamiento que el adulto exhibe en la sociedad es el modelo que todo niño y adolescente sigue aún a niveles inconscientes. Hasta el más rebelde de los adolescentes sigue, inexorablemente, el modelo que le muestra la sociedad adulta, representada por un padre, madre o tutor legal o informal que esta presente en su vida. 
¿Y qué modelo de adulto es el predominante? ¿a qué clase de adulto la sociedad parece rendir pleitesía? miremos los anuncios, los programas televisivos, las telenovelas, las películas y demás expresiones masivas de los medios de comunicación y tendremos una respuesta que debería ser desoladora, porque el "adulto exitoso" se caracteriza por ser despilfarrador y materialista, ajeno a los compromisos personales o sociales, dedicado a la auto-satisfacción y consumidor ávido de substancias claramente adictivas. El adulto exitoso no se ata por nadie, sea este alguien progenitores, semejantes, cónyuge o hijos, pues nada puede ni debe interponerse en la búsqueda constante de satisfacción personal, lo cual pone a los derechos de los demás en segundo plano, supeditados a los propios. ¿Les suena conocido? bueno, estos adultos (o al menos individuos que intentan seguir estos parámetros consciente o inconscientemente) son quienes están "criando" (si se puede llamar crianza a eso que hacen) a los adolescentes. 
Como docente he observado las mismas características de descuido propias de esta clase de "crianza moderna" en alumnos de colegios privados y en los grupos de liceos localizados en contextos sociales críticos, y en consecuencia, la misma clase de comportamiento en los adolescentes. El adolescente imita a los adultos, quiere ser como ellos, anhela esa posición de privilegio, y el adulto le enseña con sus actos que ser adulto implica actuar como si nada importara, pasando por encima de los derechos del otro y obteniendo el objeto del deseo por la fuerza si es necesario.
No es de extrañar, pues que los adolescentes, en el intento desesperado de emular el comportamiento egoísta y hedonista de los adultos cometan toda clase de excesos. Si, estimado lector, el culpable de que los adolescentes eventualmente incurran en la criminalidad no es el adolescente "inadaptado para la vida en sociedad", sino los adultos que nunca le enseñaron apropiadamente a vivir adaptado a la sociedad, o mejor dicho que le han enseñado adecuadamente cómo llegar a los extremos más desgraciados. Y por supuesto, como el adolescente no puede determinar la reglas, las consecuencias de sus actos deben recaer sobre el, mientras los adultos se lavan alegremente las manos.
Así que la sociedad adulta, en vez de realizar la autocrítica y autocorrección correspondiente piensa sacrificar al culpable equivocado, porque admitir lo otro es admitir que su modo de vida, que la filosofía hedonista y egoísta que impera en nuestras cabezas es la responsable de lo que sucede, de que en los crímenes cometidos por menores, fuimos los adultos los que apretamos el gatillo, no en el lugar, sino al no criarlos, al no ser padres porque nos interesaba más vivir nuestras vidas "adultas".
Ustedes sabrán lo que hacen, yo, por mi parte, quiero asumir mi porción de la culpa y desde donde estoy ver que puedo hacer por mis alumnos, que, digamos la verdad, es muy poco.


jueves, 12 de septiembre de 2013

Lewis Carroll y sus poemas: una opinión personal

Debo confesar que nunca he leído los libros de Charles Lutwidge Dodgson (mejor conocido por su seudónimo artístico: Lewis Carroll), apenas algunos fragmentos desconectados, como es el caso de este poema que es parte de "A través del espejo".
El poema en cuestión se llama "La morsa y el carpintero" y ha tenido (al igual que el resto de la obra y la propia vida de Carroll) diversas interpretaciones, cosa que al parecer le agradaba a Carroll. Tras leerlo mi impresión es la de crítica social, sobre todo por sus semejanzas al manejo que se suele hacer de las masas mediante el lenguaje, léanlo y saquen sus conclusiones, que yo al final les compartiré las mías:


En Inglés En Español
The sun was shining on the sea,
Shining with all his might:
He did his very best to make
The billows smooth and bright—
And this was odd, because it was
The middle of the night.

The moon was shining sulkily,
Because she thought the sun
Had got no business to be there
After the day was done—
"It's very rude of him," she said,
"To come and spoil the fun!"

The sea was wet as wet could be,
The sands were dry as dry.
You could not see a cloud, because
No cloud was in the sky:
No birds were flying over head—
There were no birds to fly.

The Walrus and the Carpenter
Were walking close at hand;
They wept like anything to see
Such quantities of sand:
"If this were only cleared away,"
They said, "it WOULD be grand!"

"If seven maids with seven mops
Swept it for half a year,
Do you suppose," the Walrus said,
"That they could get it clear?"
"I doubt it," said the Carpenter,
And shed a bitter tear.

"O Oysters, come and walk with us!"
The Walrus did beseech.
"A pleasant walk, a pleasant talk,
Along the briny beach:
We cannot do with more than four,
To give a hand to each."

The eldest Oyster looked at him.
But never a word he said:
The eldest Oyster winked his eye,
And shook his heavy head—
Meaning to say he did not choose
To leave the oyster-bed.

But four young oysters hurried up,
All eager for the treat:
Their coats were brushed, their faces washed,
Their shoes were clean and neat—
And this was odd, because, you know,
They hadn't any feet.

Four other Oysters followed them,
And yet another four;
And thick and fast they came at last,
And more, and more, and more—
All hopping through the frothy waves,
And scrambling to the shore.

The Walrus and the Carpenter
Walked on a mile or so,
And then they rested on a rock
Conveniently low:
And all the little Oysters stood
And waited in a row.

"The time has come," the Walrus said,
"To talk of many things:
Of shoes—and ships—and sealing-wax—
Of cabbages—-and kings—
And why the sea is boiling hot—
And whether pigs have wings."

"But wait a bit," the Oysters cried,
"Before we have our chat;
For some of us are out of breath,
And all of us are fat!"
"No hurry!" said the Carpenter.
They thanked him much for that.

"A loaf of bread," the Walrus said,
"Is what we chiefly need:
Pepper and vinegar besides
Are very good indeed—
Now if you're ready Oysters dear,
We can begin to feed."

"But not on us!" the Oysters cried,
Turning a little blue,
"After such kindness, that would be
A dismal thing to do!"
"The night is fine," the Walrus said
"Do you admire the view?

"It was so kind of you to come!
And you are very nice!"
The Carpenter said nothing but
"Cut us another slice:
I wish you were not quite so deaf—
I've had to ask you twice!"

"It seems a shame," the Walrus said,
"To play them such a trick,
After we've brought them out so far,
And made them trot so quick!"
The Carpenter said nothing but
"The butter's spread too thick!"

"I weep for you," the Walrus said.
"I deeply sympathize."
With sobs and tears he sorted out
Those of the largest size.
Holding his pocket handkerchief
Before his streaming eyes.

"O Oysters," said the Carpenter.
"You've had a pleasant run!
Shall we be trotting home again?"
But answer came there none—
And that was scarcely odd, because
They'd eaten every one.
El sol brillaba en el mar
Brillaba con toda su fuerza
Hacía su mejor esfuerzo para que
Las olas fueran suaves y brillantes—
Y esto es extraño, porque
Era la mitad de la noche

La luna brillaba malhumorada,
Porque pensaba que el sol
No tenía motivos para estar ahí
Una vez acabado el día—
"¡Es muy descortés de su parte", dijo
"El venir y arruinarme el momento!"

El mar estaba tan húmedo como podía estar,
La arena tan seca como la sequedad.
No podrías ver ni una nube, porque
No había nubes en el cielo:
No había aves volando encima—
Pues no había aves que volaran.

La morsa y el carpintero
se paseaban cogidos de la mano:
lloraban, inconsolables, de la pena
de ver tanta y tanta arena.
¡Si sólo la aclararan un poco,
qué maravillosa sería la playa!

–Si siete fregonas con siete escobas
la barrieran durante medio año,
¿te parece –indagó la morsa atenta–
que lo dejarían todo bien lustrado?
–Lo dudo– confesó el carpintero
y lloró una amarga lágrima.

¡Oh ostras! ¡Venid a pasear con nosotros!
requirió tan amable, la morsa.
–Un agradable paseo, una pausada charla
por esta playa salitrosa:
mas no vengáis más de cuatro
que más de la mano no podríamos.

Una venerable ostra le echó una mirada
pero no dijo ni una palabra.
Aquella ostra principal le guiñó un ojo
y sacudió su pesada cabeza...
Es gue quería decir que prefería
no dejar tan pronto su ostracismo.

Pero otras cuatro ostrillas infantes
se adelantaron ansiosas de regalarse:
limpios los jubones y las caras bien lavadas
los zapatos pulidos y brillantes;
y esto era bien extraño
pues ya sabéis que no tenían pies.

Cuatro ostras más las siguieron
y aún otras cuatro más;
por fin vinieron todas a una
más y mar y más... brincando
por entre la espuma de la rompiente
se apresuraban a ganar la playa.

La morsa y el carpintero
caminaron una milla, más o menos,
y luego reposaron sobre una roca
de conveniente altura;
mientras, las otras las aguardaban
formando, expectantes, en fila.

–Ha llegado la hora –dijo la morsa–
de que hablemos de muchas cosas:
de barcos... lacres... y zapatos;
de reyes... y repollos...
y de por qué hierve el mar tan caliente
y de si vuelan procaces los cerdos.

–Pero ¡esperad un poco!– gritaron las ostras
y antes de charla tan sabrosa
dejadnos recobrar un poco el aliento
¡que estamos todas muy gorditas!
–¡No hay prisa!– concedió el carpintero
y mucho le agradecieron el respiro.

–Una hogaza de pan –dijo la morsa–,
es lo que principalmente necesitamos:
pimienta y vinagre, además,
tampoco nos vendrán del todo mal...
y ahora, ¡preparaos, ostras queridas!,
que vamos ya a alimentarnos.

–Pero, ¡no con nosotras!– gritaron las ostras
poniéndose un poco moradas;
–¡que después de tanta amabilidad
eso sería cosa bien ruin!
–La noche es bella –admiró la morsa–
¿no te impresiona el paisaje?

–¡Qué amables habéis sido en venir!
iY qué ricas que sois todas!
Poco decía el carpintero, salvo
–¡Córtame otra rebanada de pan!,
Y ojala no estuvieses tan sordo
que, ¡ya lo he tenido que decir dos veces!

–¡Qué pena me da –exclamó la morsa–
haberles jugado esta faena!
¡Las hemos traído tan lejos
y trotaron tanto las pobres!
Mas el carpintero no decía nada, salvo
–¡Demasiada manteca has untado!

–¡Lloro por vosotras!– gemía la morsa.
–¡Cuánta pena me dais!– seguía lamentando
y entre lágrimas y sollozos escogía
las de tamaño más apetecible;
restañaba con generoso pañuelo
esa riada de sentidos lagrimones.

–¡Oh, ostras!– dijo al fin el carpintero.
–¡Qué buen paseo os hemos dado!,
¿os parece ahora que volvamos a casita?–
Pero nadie le respondía...
y esto sí que no tenía nada de extraño,
pues se las habían zampado todas.


En este poema se dan varias escenas con situaciones diferentes. Por un lado tenemos el dilema del sol, la luna y el mar: la luna se siente molesta por la extraña presencia del sol a medianoche, pero quienes están siendo verdaderamente afectados son el mar y la playa. Esta sección me recuerda a quienes se oponen a los cambios sin siquiera meditar al respecto, que los rechazan por ser cambios solamente (la luna), y también a los otros, quienes proponen el cambio sin más motivo que el cambio en sí (el sol). Quiénes sufren los cambios no tienen voz, llevan a cabo el cambio y a algunos parece beneficiarles (el mar) mientras que a otros les perjudica (la arena), pero nadie les consulta si están de acuerdo o no con el mismo, quienes no pueden adaptarse desaparecen y a nadie le importa ni considera las consecuencias que pueda tener dicha forzosa desaparición (las aves).
El segundo escenario es el que protagonizan los mencionados en el título, la morsa y el carpintero, que por algún motivo me hacen pensar en las ideologías políticas, tan dadas a polarizarse, pero cuyos actores, en realidad, pueden con mucha facilidad "caminar de la mano" según les convenga. No les preocupa demasiado la disputa entre el sol y la luna, les preocupa más que haya tanta arena en la playa (tantos que no ven con buenos ojos el cambio) y la morsa propone que se la debe barrer y que la playa debe ser lustrada. Es curioso cómo muchas veces las voces contrarias a un cambio impuesto son simplemente "barridas" por la palabra autorizada de expertos (las siete fregonas o sirvientas, el siete tradicionalmente es considerado el número de la completitud, de la perfección, etc.), como si fuera pecado estar en desacuerdo, como si la arena de la playa fuera un impedimento para el avance de las olas del mar.
El tercer escenario nos relata cómo estos dos convencen a las ostras de acompañarlos. La imagen de las ostras me resulta especialmente descriptiva del público general, de la masa, del ciudadano promedio. No demasiado formado, ni muy dado a razonar en profundidad. Sólo la ostra con más experiencia es lo suficientemente sagaz como para rechazar la invitación, todo el resto se siente honrado y los sigue sin mayores cuestionamientos. El motivo aparente de la invitación es para caminar y conversar sobre temas de gran relevancia: "de barcos... lacres... y zapatos; de reyes... y repollos... y de por qué hierve el mar tan caliente y de si vuelan procaces los cerdos". Para ello nuestros dos personajes han elegido unas rocas elevadas donde se han sentado, o sea, las ostras no están ahí para expresar su opinión, sino para escuchar la opinión autorizada de estos personajes acerca del tema. Las ostras están encantadas, no tendrán que pensar más al respecto, les van a solucionar estos temas y podrán volver al baúl de donde salieron sin que ellas esfuercen sus neuronas. Esto mismo sucedió con el aborto, tema tabú si los hay en nuestro país: nadie habla del mismo con claridad y quienes lo hacen se refugian en los estrados, mientras tanto, como las ostras, hemos aceptado la solución que se nos ha impuesto no porque nos pareciera lo mejor, sino porque es lo más cómodo: Papá Estado lo solucionó por nosotros, ¿qué necesidad hay de pensar al respecto?. Como dijo La Chancha en su canción "La felicidad te necesita estúpido": "...No pienses, no consumas tus neuronas con problemas que te exceden, no te exijas demasiado, mira que te estas quemando..."
El acto final revela que el propósito de la morsa y el carpintero no era el bien de sus seguidores sino el propio, ya que entre los dos se devoran a las ostras, aunque, eso si, les agradecen la gentileza de dejarse atraer a su perdición. Para expresar mi opinión sobre esta última parte y dar el punto final a este artículo: ¿estamos absolutamente seguros de los motivos de nuestros líderes políticos/religiosos/ideológicos? ¿se puede afirmar sin lugar a dudas que su único interés es el bien común, que no alientan ninguna clase de egoísmo o interés personal?
Que quieren que les diga, yo prefiero dudar y pensar y llegar a las conclusiones por cuenta propia, aunque me quede solo como ostra vieja.







miércoles, 12 de junio de 2013

Una propuesta incómoda...

En todo el debate sobre la despenalización del aborto sigue existiendo un elemento que no se menciona, que no lo escucho y que en mi opinión todos tenemos miedo de tocar: el espinoso asuntito de la responsabilidad sexual, el cual, en mi opinión, se encuentra en el mismo núcleo de la discusión.
Cuando se debate sobre el aborto, se habla de consecuencias directas del acto sexual, así que uno creería que lo más lógico es que se debatiera acerca de cuán responsables estamos siendo a la hora de manejar nuestra sexualidad y que clase de orientación sexual le estamos dando a las nuevas generaciones. Justamente ese es el tema que no escucho... en ningún lado. Y eso me incomoda, porque evidencia una ausencia absoluta de discusión seria sobre el tema. Me lleva a preguntarme si realmente tenemos alguna intención seria de discutirlo o si solo queremos que alguien se encargue del tema, tome una decisión y nos deje seguir viviendo nuestras vidas, anestesiados del abanico de dramas y tragedias humanas que se arremolina alrededor del mismo, porque Papá Estado ya se encargó de pensar y decidir por nosotros.
No me malinterpreten, soy muy consciente que la legislación anterior no solo no solucionaba nada sino que mantenía el tema entre bambalinas, escondiendo ese mismo abanico de dramas de nuestra vista bajo el manto de una "sociedad decente".
Mi planteo es que no solo "nos debemos" un debate, necesitamos debatir, necesitamos ver el tema a los ojos porque seguimos tratándolo como si fuera el problema de alguien más, como si quienes se enfrentan a la decisión del aborto fueran las hijas y las mujeres de los demás. De hecho, creo que es por esa forma de pensar de que "este problema no es mío, así que alguien más se encargue de el, yo no quiero pensar".
No apruebo el aborto, pero soy consciente de que tampoco podemos permitir que las mujeres mueran de esa manera, que deben tener alguna clase de apoyo y guía a la hora de tomar esa decisión. Desde ese punto de vista es mejor que sigamos con la ley actual.
Pero aún así yo voy a votar porque quiero forzar al uruguayo a pensar, sacarnos de nuestro estupor individualista y ver las cosas desde los zapatos del otro, aquel que no podemos ni queremos ser. Quiero que discutamos y llegamos a una decisión por discusión e intercambio de ideas y creo que es lo mejor que les puede pasar a quienes apoyan esta ley, pues tienen la oportunidad de hacer que la gente piense sobre la realidad horrible que es el aborto y por lo tanto piense cómo evitarlos, y no solo sacuda la cabeza.
Voy a votar para que pensemos de una jodida vez en el tema, porque no tengo la más mínima de las intenciones de dejar a Papá Estado tomar mis decisiones por mi y estoy dispuesto a obligar a los demás a hacer lo mismo y tomar una decisión por nosotros mismos.
Después, si quieren, sigan con la masturbación mental a la que estamos acostumbrados.

viernes, 22 de febrero de 2013

La necesidad de fundamentar

Hace tiempo leí o oí por ahí (si no me equivoco en labios de Sandino Nuñez en su programa "Prohibido Pensar") que tener el derecho a expresarse libremente no significa que uno deba, forzosamente, expresarse. Una consecuencia desagradable de las redes sociales es que uno, justamente, se siente forzado a expresarse, forzado a hacer público lo que por naturaleza es íntimo. Esto a dado lugar a una exagerada tendencia a opinar sobre todo y todos, pero no necesariamente a formar opinión.
Me explico, por que puede malinterpretarse que estoy en contra de un derecho que me permite, después de todo, expresarme mediante este mismo blog, muy por el contrario, me parece excelente la multiplicidad de medios que tengo, como individuo y como ciudadano, a mi disposición para compartir mis pensamientos y conocer los de mis semejantes. El problema es el contenido de lo que compartimos.
Déjenme plantear un ejemplo: hace unos días pasó "muy cerquita"  de nuestro querido planeta el asteroide conocido como 2012 DA14 y un observatorio español registró y compiló en un video ese pasaje cercano. El video dura unos 19 segundos y muestra cómo el asteroide se mueve rápidamente en el cielo. Uno de los comentarios que leí en un portal de noticias hacía eco de lo "rápido" que viajaba, lo cual sería digno de mención si el video no mostrara claramente que el pasaje registrado no duró 19 segundos, sino 1 hora y 45 minutos; los lectores de la noticia nunca se dieron cuenta, nunca se preocuparon por instruirse más acerca del fenómeno, nunca dudaron acerca de lo que vieron, sólo lo aceptaron "tal como vino" y con esa información incompleta formaron una opinión igualmente incompleta, y se conformaron con eso.
Esa misma actitud conformista se observa en todo el espectro de temas sobre los cuales uno puede informarse: el uruguayo "pega el grito" dejando en claro su posición al respecto pero no permite que la información lo afecte demasiado, no se interesa, no se informa, no averigua más sino que prefiere quedarse con su preconcepto, con su prejuicio acerca del tema.
Este es un problema que yo he visto en mi mismo, en mi forma de opinar y se por experiencia lo difícil que es superar esta actitud,  y por lo que he observado en mi mismo, creo que una buena parte se resume en orgullo mal entendido y actitud cómoda. Debido a mi trasfondo religioso, buena parte de mi adolescencia la pasé en un entorno intelectualmente homogéneo, con muy pocos elementos que perturbaran mi imagen de la realidad y pocos motivos para indagar más profundamente al respecto. Cuando ese entorno se rompió debido a un cambio de mis circunstancias, me vi obligado a aceptar que la vida tenía muchos más matices y que estos presentaban un degradé mucho más pronunciado que lo que yo había pensado. Mejor aún, descubrí que el aceptar estas diferencias resultaba muchísimo más positivo que negarlas debido a que aumentaba considerablemente la riqueza del intercambio entre los individuos. Aún así, la mayoría de mis interacciones eran con personas con las que yo estaba de acuerdo en algo, y eso como que sesgaba mi enriquecimiento, no fue hasta que me encontré con personas con un pensar radicalmente diferente al mío que tuve que forzarme a enfrentar mis prejuicios y, aún a regañadientes, respetar esa diferencia de postura, la cual repetidas veces estaba mucho más justificada que la mía. Es así, forzándome a escuchar al que opina diferente que yo que he ido abriendo un poco mi cabeza a otras perspectivas, a ver el mundo un poco con los ojos del otro. Pero no es fácil, porque cada tanto debo tragarme mi orgullo y enfrentar mis cómodos prejuicios.
Por otra parte, el hecho de ser cristiano me ha hecho sensible a la necesidad de fundamentar lo que digo, de ordenar mis argumentos, de instruirme correctamente antes de abrir la boca, de pensar dos y tres veces antes de hablar para no decir una barbaridad, en parte para no quedar en evidencia, en parte para dejar en claro ante los demás de que mi opinión y mi argumento tiene una cierta validez intelectual y que merece, cuando mucho, una respuesta medianamente razonada.
En cambio, las redes sociales y los espacios abiertos a los comentarios generales presentan pocas opiniones dignas de mención, muy pocos aportes bien argumentados. En vez de promoverse la diversidad de opiniones, nos rodeamos de quienes piensan parecido y nos endulzamos mutuamente los oídos. Si establecemos algún contacto con alguien que piensa diferente, casi seguro es para insultarlo de alguna forma o atacarlo gratuitamente (y confieso que esta es una actitud que yo he demostrado y que me resulta difícil controlar). En definitiva, opinamos, pero no formamos nuestra opinión, no profundizamos, porque nos sentimos conformes con  nuestra idea previa, con nuestro prejuicio.
Por ese motivo pienso que nos estamos expresando demasiado: demasiadas cosas, demasiado pronto, demasiadas veces, como desesperados por que alguien nos oiga, pero no necesariamente dispuestos a oír, y mucho menos, oír al que está del otro lado de nuestra vereda ideológica.